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Hemingway y Sherwood Anderson: el pupilo y su mentor a la luz de nuevas revelaciones psiquiátricas.

Las cercanías e interacciones de esta dupla literaria es bien manejada por todos los conocedores de la biografía hemingwayana. Por ende nuestra mirada, apunta a otras coordenadas, que se nos motivan en una reciente biografía: Hemingway¢s Brain, de la autoría de Andrew Farah, reconocido psiquiatra norteamericano, en un libro ciertamente revelador.

Y cuya novedad es, al decir de la crítica mejor informada,  la proximidad más “innovativa y la primera examinación psiquiátrica forense”[1]  practicada al alma hemingwayana en sus profundidades más insondables.

Hemingway¢s Brain. Andrew Farah. University of South Carolina, 2017

Para el reconocido especialista, la relación que se estableció entre  el Hemingway, aspirante al duro oficio de escritor, todavía en Chicago, y el ya reconocido autor de Winnessburg, Ohio, estuvo signada por una primaria y poco aireada “estrategia literaria”, por parte de Hemingway; más que por la siempre aludida estocada paródica a su maestro en su Torrentes de Primavera.

Farah lo explicita al afirmar que:

Muchos biógrafos asumen que su parodia del estilo de Anderson fue un típico acto de traición, la típica puñalada a trapera al amigo. Sin embargo, Hemingway trató de darle cobertura a su juego y mantener a Anderson informado de dicha  estrategia, simplemente su carrera estaba todavía en ciernes, como para quemar un puente tan importante. A finales de mayo de 1926, en el mismo mes que fue lanzada Torrentes, le escribió a Anderson desde Madrid: Porque eres mi amigo no quisiera lastimarte. Porque ser mi amigo no tiene nada que ver con la literatura. Porque eres mi amigo te lastimo más. Más allá de los sentimientos personales nada que sea bueno puede ser perturbado por la sátira.” Después de esta serie de excusas contradictorias y complejas le hizo saber: “De cualquier modo  asumo que pensarás que el libro es divertido-porque como tal lo he  concebido.[2]

El efecto de la susodicha misiva tuvo empero lógicas reacciones del aludido, Baker nos da la pista desde las coordenadas de ambos implicados:

Hemingway admitió que Sherwood Anderson debió asumirla como una pésima y lacrimosa misiva acerca de un pésimo y lacrimoso libro” (…) Un Anderson lastimado la definió como “posiblemente la más confusa y arrogante” jamás escrita por un escritor a otro mientras el libro dejaba evidencia de un resentimiento celoso. Hubiera sido divertida, decía Anderson, si  Max Beerbohm la hubiera reducido a doce páginas[3]

Un poco después, nos sigue relatando Farah, en un encuentro parisino, Hemingway hizo notar que Anderson no le guardaba ningún resentimiento, y que habían disfrutado de una velada excelente.

Pero siguiendo el sabio consejo agustiniano de “Audi parte alteram”, encontramos en Baker la versión  de  Sherwood Anderson que completa la escena.

Anderson mostró un punto de vista algo diferente del suceso. Según su recuerdo, Ernest se presentó frente a su puerta, invitándolo a tomar unos tragos, conversaron por unos minutos y de pronto giró sobre sus talones y se escabulló con toda rapidez. Anderson dijo caritativamente que un Hemingway absorto en sus ideas veía afectada sin lugar a dudas su capacidad para la amistad[4]

Hay un detalle poco manejado de la vida de Anderson que Farah nos descubre: Anderson acusó en algún momento de su existencia un trastorno psicótico, que no le invalidó una vez superado, para concretar su obra literaria. El hecho fue conocido por Hemingway, pero acallado ex profeso, por lo que Farah barrunta que  “sería su versión de gratitud” [5] con su maestro.

 Pero justo para 1953 Hemingway rompió aquel pacto de silencio y su opinión sobre Anderson no podía ser entonces más desafortunada:

Sherwood Anderson fue un haragán. Mentiroso pero del modo en que no lo puedes ser respecto a una fotografía. Fue igualmente  resbaloso y pulposo.[6]

Farah  acota a punto y seguido que:

tales epítetos iban con toda seguridad dedicados al escritor, y no precisamente al hombre y al amigo que fuera Anderson, pero igualmente en  la apreciación de Hemingway de 1926,  describía como no lo lastimaba cuando en verdad estaba ocupado haciendo lo contrario[7]
Y como para que no quedaran dudas, Hemingway se proyectaría a fondo al rememorar los detalles del momento en que se conocieran:

Desde aquel minuto pensé que se trataba de un personaje retardado” y con mucho más encono otra afirmación devastadora: “ Sherwood fue como una alegre pero torturante  ensaladera rebosante de pus  convirtiéndose en mujer ante tus ojos[8]
Para complicar más las cosas, Sherwood Anderson ya había fallecido para entonces. El hecho había sucedido en 1941, justo cuando Hemingway se encontraba junto a su tercera esposa Martha en un periplo por  China. Hemingway supo la noticia por vía de Perkins su editor, y  le testimoniaba su pesar. Baker nos recuerda su observación de que sentía una “endemoniada pena por Anderson quien siempre hubiera querido una vida más larga”[9]

Para Farah, el inesperado cambio de parecer  no pudo ser otro que  los atisbos de una temprana demencia[10] que:

aunque (Hemingway) no podía articularla, ya comenzaba a manifestarse. Sus miedos eran obvios, y para tal momento ya estaba por comenzar sus apuntes para sus memorias parisinas, que otra vez orientaron su mente hacia su mentor que en su minuto lo había encaminado hacia aquella ciudad. La negación de Hemingway (de su enfermedad) estaba tan atrincherada que evitaba términos como “demente” o “psicótico”; en su lugar  comparaba a Anderson con el carácter grotesco de uno de sus personajes[11]

Ciertamente el Hemingway de aquel minuto acusaba un poco común comportamiento. Remontándonos otra vez a Baker podemos atisbar a aquel Hemingway desasosegado, en su bucólico retiro habanero de Finca Vigía:

En aquellos tiempos de stress mental, Ernest se quitaba su mal temperamento disparando desde lo alto de la torre (que dominaba sobre su propiedad) sobre   las aves carroñeras (tiñosas), pretendiendo que aquellas representaban a personas que le eran desagradables(…)

Su más afinada puntería estaba reservada para Faulkner-el viejo y melifluo bebedor de whisky de maíz como solía calificarlo[12]

Sherwood Anderson
S.A 
1876-1941
Novelista norteamericano y escritor de relatos cortos incluyendo su libro Winesburg, Ohio (1919) y Dark Laughter (1925) entre otros. 
Conoció a Hemingway en Chicago en 1921, y lo animó a viajar a París. Aunque había dotado a su pupilo con cartas de presentación a Sylvia Beach, Lewis Galantiere, Ezra Pound y Gertrude Stein, la opinión de Hemingway sobre la obra de Anderson se deterioró  entre 1923 y 1925. Disgustado por su percepción de que la firma editorial Boni &Liveright había promovido más la obra de Anderson que su propio libro In Our Time y buscando romper el contrato con la firma editorial, escribió en 1925 The Torrents of Spring, parodia de la novela de Anderson  Dark Laughter.


En The Letters of Ernest Hemingway. 1923-1925. Edites by Sandra Spanish et al..Cambridge University Press, 2013.p.46



 [1] Hemingway¢s Brain. Andrew Farah. University of South Carolina, 2017.

[2] Ibíd. p.85

[3] Ernest Hemingway. A Life Story. Carlos Baker. Charles Scribner’s Sons. NY, 1969. p.110    p.181

[4]Ibíd.

[5] . Hemingway¢s Brain. Op.cit. p.85

[6] Ibíd. p.86.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ernest Hemingway. A Life Story. Óp. cit. p.364

[10] La investigación  que  sustenta   su libro es  precisamente: “una completa y precisa relación de este diagnóstico psiquiátrico, al explorar las influencias genéticas, las lesiones cerebrales traumáticas, y las fuerzas neurológicas y psicológicas que resultaron, en lo que muchos ha calificado como sus torturantes años finales” En Hemingway¢s Brain. Op.cit. (Texto en sobrecubierta)

[11] Ibíd. p.86

[12] Ernest Hemingway. A Life Story. Óp. cit.






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