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La espiritualidad hemingwayana. De las huellas del iceberg a la contemplación del Misterio.

Ernest Hemingway continúa siendo uno de esos escritores-enigma a los que la  literatura de todos los tiempos le prodiga una especial atención. Hay, además, en todo estudio serio a su obra una singular triada de respeto/admiración/envidia que, a veces, es difícil desligar del verdadero sentido crítico, efecto que por demás tiene que ver con las preferencias o antipatías de sus críticos. Nos sigue quedando claro que al final se le admira de cualquier modo.

             
  Shutterstock | Kristina Tsvenger

Lo del escritor-enigma, si es que el término tiene que ver más con la notoria sensación de los desconocido de su propio corpus literario, que con esas facetas que el escritor-personaje valida a lo largo de todas sus creaciones, y que muy bien ejemplifica su teoría siempre sugerente del iceberg [1]; es otra posible ambigüedad, donde lo espiritual es la terra incognita, y que ahora nos proponemos re-descubrir en el presente ensayo.

Hemingway no es reducible a una u otra corriente espiritual, y es afortunado que así sea. Muchos llegan a cuestionar si acaso tuvo alguna preferencia [2]. Finalmente, lo que podemos aprehender de su especialísimo mundo interior nos llega más por algunos gestos suyos, declaraciones, o a veces, por la voz casi legendaria de quienes lo conocieron, que por las tácitas afirmaciones que, sobre el tema, se pudieran recoger en su obra. La excusa primordial estaría en la línea de que como buen novelista, pero antes cronista inveterado, supo amalgamar personajes y situaciones con la suficiente distancia que toda literatura establece entre el creador y su mundo interior.

Conviene aclarar lo que no será este sucinto enfoque a esa dimensión mística en Hemingway. Iremos, por tanto, por partes. Rastrearemos algunas de las vertientes por donde el tema salte a la vista, pero ante todo, dejaremos al lector muy libre de una decisión final.[3]

II- Definiciones perentorias y alcances posibles de lo espiritual

El soplo espiritual como elemento constitutivo de la obra hemingwuayana es un hecho irrebatible, no creo pues tener que hacer un esfuerzo mayúsculo para convencer al lector interesado al respecto. Se trataría más que nada de “aterrizar” tales realidades en el contexto más abarcador del término, definiendo sus alcances en el tiempo evolutivo en que ha movido sus coordenadas, para luego poder establecer  su vinculación más específica con las realidades que se abordan en la obra del escritor norteamericano.

Este primer empeño nos devela una definición lo más perentoria posible del término “espíritu” entendido o  expresado como  alma o pensamiento a partir de la definición griega  psique, que parte etimológicamente de la raíz latina spritus (soplo, hálito)

En su andadura de siglos, es Plotino el primero en definirlo como “ el principio suparracional cognoscible inmediata e intuitivamente”[4]. Para Aristóteles es la actividad teórica por excelencia. Lo que el mismo define como “ el placer de pensar”[5]. Más tarde la escolástica referirá al mismo como “la existencia de realidades espirituales absolutas y no independientes, entre ellas Dios”[6] Para Descartes es “conciencia y sujeto sutancial”[7] y pasando luego por Dilthey con su “ciencia del espíritu y ciencia de la naturaleza”[8], arribamos a Ortega y Gasset y su cita concluyente:

          “Llamo espíritu al conjunto de actos íntimos de que cada cual se siente verdadero autor y protagonista. El ejemplo más claro es la voluntad. Este hecho interno que expresamos con la frase “yo quiero”. Ese resolver y decidir.”[9]

Una mirada intrahistórica [10] nos explicaría con largueza el término espiritualidad en su plurivariedad, sin embargo este ensayo se detiene, por razones obvias, en lo que la expresión implica tener de alcance más personal. Nos gustaría acercarnos a su dimensión fenomenológica en cuanto a lo que puede relacionar de cara a la libertad [11], y reiteraríamos que en tal cercanía a las coordenadas creativas de Ernest Hemingway, prodigaríamos, ante todo, el mayor respeto a las manifestaciones de la entidad espiritual en los demás, advirtiendo de lo nocivo de ciertas imposiciones y de aprobaciones más o menos tácitas, que pudieran hacernos presas fáciles de nefastos encasillamientos.

III- Hemingway y la trascendencia.

Ernest Hemingway, nacido en los finales del siglo diecinueve, en el seno de una familia protestante norteamericana, en e las inmediaciones de los que es hoy el gran Chicago, hereda con toda seguridad una educación en la que el sentido de lo religioso, y su acepción de “religar” garantiza en el joven un código de valores que no será ajeno al futuro novelista.

Su padre, hombre de profundas convicciones, médico de profesión, y amante de la vida natural, le transmite al vástago, varón entre varias hijas, un apego sustancioso a la vitalidad y al bien obrar.[12] Y aunque ya en su primera juventud, en plena experiencia post-traumática de la I Guerra Mundial, en Italia, se rebele contra “cierta moral y estándares religiosos en los que sus padres creyeron siempre”[13], el joven Hemingway no será nunca ajeno al ideal que los situará frente a la vida con un sentido de responsabilidad que irá asumiendo en proporción directa a sus experiencias vitales. Un buen ejemplo lo constituyen las narraciones cortas, donde un cierto sentido del balance de lo que constituyen valores trascendentes, se evidencia en todas ellas.[14]

Nadie ignora que, en la vida de Ernest Hemingway, hubo siempre un norte capaz de guiar sus tormentosas experiencias. Ya de adulto, consideramos que en sus no pocas cercanías a lo trascendente, esta realidad le ayudó a crecer. Su literatura muestra, sin dudas, un claro  indicio de sensibilidad que, cuando menos, puede entenderse en tal sentido

Nuestro análisis preferenciará, en primera instancia, algunas de sus narraciones cortas, las cuales pertenecen en su mayoría, a una etapa de juventud, hay algunas muy sugeridoras en etapas de mayor madurez.  A posteriori, remitiremos nuestro análisis al momento que consideramos más representativo en cuanto a las manifestaciones más notorias de tales conceptos dentro de su literatura: El Viejo y el mar.

IV. Dolor y muerte. Atisbos y señales en la cuentística  hemingwuayana.

La dimensión espiritual de Ernest Hemingway tiene muy claros alcances en su corpus cuentístico. Los personajes recreados por Hemingway, son generalmente tipos duros, ajenos por consiguiente al mundo de lo sensible, a quienes, un último dolor, o un pánico trascendente, los impulsa hacia tales derroteros de posible contemplación.

Dolor y muerte son pues, temas de una actualidad siempre permanentes en su obra y, en especial, en sus narraciones cortas, de cuyo valor se hace un merecido destaque.

La idea subyacente en el interior del psiquismo del héroe hemingwayano es, precisamente, aquella relativa a la profundidad del iceberg que sólo delata una ínfima parte de su volumen sobre la superficie.

La hondura de la mole representativa del propio yo es un proceso netamente interior. Lo exterior puede ser desechado en función de magnificar las esencias últimas que son parte del hombre interior. Precisamente, de tal interioridad brota, sin dudas una fuerza pero tal y como sucede con el iceberg a la deriva, se vuelve inexorablemente débil a medida que las corrientes adversas, y casi siempre más cálidas, comienzan a minar su calado siempre desde dentro. El héroe de cualquiera de las narraciones del autor de “Los Asesinos” o “El Luchador”, es siempre un ser que hace gala de uno de sus mejores títulos para una colección de sus primeras historias,  el que “nunca se lleva nada”. Gentes permeadas, sin embargo por ese sentimiento final de trascendencia, capaces de un último esfuerzo salvador que es quizás el que los define mejor y finalmente los redime.

De los temas que, con más recurrencia, se encuentran en esas narraciones, el de la muerte pude ser, a nuestro modo de ver, uno de los más reiterados. La aproximación de Hemingway a tal asunto, no está exenta de cierta repulsión natural, pero trabajada desde un ángulo hondamente psicológista, lo que dota a tal aproximación de una especial singularidad emotiva.

Una famosa frase de Shakespeare, de la que Hemingway hace su talismán literario, y cita oportunamente en su cuento “La Breve Vida Feliz de Francis Macomber”, reza: “No me preocupo por mi destino, un hombre muere sólo una vez; le debemos a Dios sólo una muerte…”[15] Quizás el detalle en Hemingway sea el de mostrar un valor más allá de lo anecdótico en relación a un tema tan trascendente, si recordamos que su propio lema vital era: “Sin miedo a nada”, un patrón que según nos cuenta Baker en su biografía sobre “el dios de bronce de la literatura norteamericana” se convierte en:

                   “…un ideal de comportamiento frente a la adversidad mucho después que hubiera descubierto que de muchas cosas y eventos pudiera legítimamente producirlo. Durante toda su vida buscó escrupulosamente respaldar tal código de coraje físico y resistencia, el que su madre  y su padre le habían transmitido.”[16]

Vale la aclaración, pues en la vida del autor y en la cercanía inevitable  de sus alter egos literarios se da una complementación muy nítida de sus propias realidades, a pesar de que tales enfoques no suelen ser muy del gusto de los narratólogos contemporáneos con sus teorías acerca del “narrador marcado” o “no marcado”, “testigo” o “implícto”[17]

Para empezar este recorrido por algunos de sus más sugerentes títulos nos viene a la mente Harry, el agonizante cazador de “La Nieves del Kilimanjaro” pero más específicamente ese conclusivo exordio [18] con que se abre la historia, y donde el propio Hemingway nos está ubicando unas certezas de trascendencia justo en la cúspide nevada de la Casa de Dios, como los masais califican a la más alta cumbre de la geografía africana.

Esta narración, por demás clasificada entre  las mejores del autor de Fiesta, quizás su mejor novela, y donde también algunos autores descubren otros detalles de igual signo a los que haremos alusión posterior, es de las que pudiera tener una significación especial a la hora del destaque de este especial enfoque.

La hora de la muerte que se acerca para Harry le llega en medio de un gran cansancio, sin horror. Lo que fuera su obsesión por años, ya no le representa mucho en tal instante e línea argumental con el sentido trágico que pudiera seguir representando, sino que está marcada por un sentido de extrañamiento ante la ausencia de ese horror vacui ante  su inminente final [19]. Justo cuando Harry siente el fin perentorio habrá de reconocer que: “por años la muerte lo había obsesionado, pero ahora no significaba nada en sí misma..”[20]

El dolor físico ha desaparecido y con el la angustia. Harry rememora anécdotas del pasado. La técnica del flash back, tan cinematográfica, es esta vez una aliada segura para el estilo preciso en cortes, que en Hemingway, funciona de igual modo que la edición lineal de un filme.

Una de estas digresiones de la acción tiene que ver con otro agonizante en otro tiempo lejano, hecho que podemos asumir desde la biografía del autor, en el frente italiano de la Primera Guerra Mundial. Williamson es el nombre de aquel infeliz a quien la metralla alcanza, y que le pide desesperadamente a Harry que le ponga fin a su sufrimiento. Harry rememora su personal “ teoría del dolor”, en la que el argumento principal tiene que ver con una antigua discusión con el propio moribundo, acerca de que Dios nos nos manda un padecimiento superior a nuestras fuerzas, y que en un momento puede extinguirse automáticamente.

Con Williamson aquello no pareció funcionar cuando Harry le dio todas las tabletas de morfina  que guardaba para sí en previsión de una situación  parecida. Ese mismo dolor que el propio Harry siempre temió no poder controlar se le diluye ahora mismo como un recordatorio de que su propia condición sufriente también encontrará sosiego:

           “Correcto, ahora  ya no le temería  a la muerte. Una cosa  a la que siempre le había temido era el dolor. Podía soportarlo tan bien como cualquier hombre, con la condición de que no durara  demasiado, y lo desgastara, pero aquí el había padecido un dolor espantoso, y justo  cuando sentía que  lo estaba desagarrando, el dolor había desaparecido.[21]

Quizás, el final de la historia tenga la clave que ya se nos insinúa desde el mismo exordio, cuando con toda plasticidad, algo que le viene a Hemingway del mejor estilo cezaniano [22] nos recrea el último vuelo del espiritu del agonizangte Harry, liberado de todo sufrimiento corporal, hacia la nivea cima del Ngaje Ngai. Harry ha experimentado la vuelta a la Casa de Dios como un viaje de singulares coordenadas, el postrero y más significativo. El dolor temido se ha trastocado en otra condición, salvadora quizás de su propia nimiedad y finalmente no lo ha logrado vencer.

La idea del fin, pero esta vez  con la angustia  añadida, que le genera a otro personaje en un ambiente de pura convalecencia,  nos llega de la mano de otro alter ego hemingwayano, el joven Nick Adams, quien padece los  clásicos síntomas de un stress post-traumático que le debe a su participación en la terrible conflagración mundial de 1914.

La historia que ficionaliza los hechos es el cuento Now I Lay Me [23], y donde el personaje de Nick, rehúye el sueño ante el  insoportable temor de perecer durante aquel. Para evitarlo, cada noche, recorre los ríos de su infancia, en clarísima alusión a los que Hemingway hubiera de frecuentar en su natal Illinois, durante sus primeras experiencias de pesca junto a su padre. El calibre de todas la alusiones le comunican al relato un sesgo inevitablemente autobiográfico, sabida la terrible experiencia de herido de guerra que Hemingway vivió en su temprana incursión bélica en Italia, y su larga recuperación en un hospital de Milán.

Tales alusiones a la pesca y a las sabrosas truchas de los rápidos y remansos de más de una corriente de agua en uno u otro continente, y que ocupan las noches de vigilia del joven Nick, son al decir de la estudiosa norteamericana Leslie A Fiedler [24], una referencia siempre relevante si tomamos a la figura del río, así como a la del pez [25], como claros elementos de sugeridoras profundidades metafísicas que recorrerán su obra, o que al menos tendrán ahora una esencial presencia en el relato que citamos, y en otras instancias posteriores a las que aludiremos oportunamente.[26]

Para la autora norteamericana, es claramente identificado el hecho de que la pesca, como la acción que conlleva a la muerte del pez, es la más clara ocasión para Hemingway de sumergirse en las aguas de la revitalización espiritual, antes que el simple acto deportivo que fue además parte consustancial de su vida. Al respecto la autora acota en su libro ya citado:

           “Lo que Hemingway enfatiza en la muerte ritual del pez no es tanto la pesca como deporte como la ocasión de la inmersión(…) Descender dentro de las aguas encantadas donde uno puede flotar sin moverse prácticamente,  es en efecto morir, y el vuelo al mundo acuático, es un tipo de suicidio, una quietud auto-impuesta(…)”[27]

De las otras historias donde aparecen claras sugerencias muy anecdóticas en la línea ya expuesta, citamos ahora a Big Two Hearted River, donde el fabuloso paisaje que es parte del setting de la narración, en las solitarias márgenes de un río que tributa al ,lago  Michigan, es tan revelador como el propio protagonista, otra vez un Nick Adams que personifica a Hemingway sin dudas, y que ventila sus no pocas cuitas existenciales: la guerra y la pérdida de un primer amor [28], en clara alusión a otra anécdota del autor y convenientemente ficcionalizada: el affair con Agnes von Kurosky, la enfermera del frente italiano, y quien en la posterioridad de su obra convertiría en la heroína de Adios a las Armas.

El jóven Nick, disfruta en gran medida de su soledad y tal parece que se cura en salud haciendo tal viaje a la semilla, a esos primitivos torrentes de su infancia. El hecho de tal sentimiento de felicidad en su estado más puro, lo lleva a un disfrute sobreañadido de lo natural, los “outdoors” que en Hemingway son tan singulares. Un paisaje atardecido a la orilla de un río, y un plato recalentado de unos spagghettis, le hacen exclamar con júbilo: “Chrise, Geezus Chrise”![29], dicho en un tono que nos transmite el propio narrador de la historia, otra vez el mismo autor que se distancia y que a la vez se mezcla en una historia donde la realidad circusntancial apunta hacia esa inefable realidad interior.

Las referencias a tal pasaje nos llegan también de manos de la ya citada estudiosa norteamericana Leslie Fiedler:

            “En la historia doble “Big Two-Hearted River”, es imposible deslindar cuándo el héroe (que esta vez se llama Nick Adams) se mueve a través de la realidad o de la fantasía. Lo que podemos saber es que ha regresado, o que sueña que ha regresado una vez al río que es siempre diferente y siempre el mismo; y que esta vez él pesca a todo su largo hasta el borde del trágico pantano al que no accede. Por esta vez no hay opción entre si pescar o rezar (tal como ocurre en el pasaje ya citado de Now I Lay Me)[30], la pesca se ha convertido en una muy clara oración, o al menos un ritual, a la sombra de la que un orante disfrazado se deja reconocer con un epíteto infantil que Nick pronuncia cuando se percata que realmente se encuentra allá. Como también en el caso de “Now I Lay Me”, el héroe hemingwayanao se piensa solo….[31]

Sobre un tema con aristas de indiscutible contigüidad, otro escritor José Gabriel Rodríguez Pazos, ha hecho su especial valoración. Para Pazos se trata de una clara admiración por lo litúrgico, entendiendo éste como: “ una serie de acciones con un significado que va más allá del hecho físico y del individuo concreto que lo ejecuta” [32]

Ubico ambas ideas en una misma línea argumental. Lo ritual y lo litúrgico pueden ser entonces rasgos constitutivos de una presencia de signo espiritual, otra arista del Hemingway siempre sensible pero no sensiblero.

De vuelta al tema iniciático de este aparte, el del temor a la muerte como elemento constitutivo del corpus hemingwayano, aludimos ahora a otra narración suya: Campamento Indio, en la que el héroe es otra vez Nick Adams, pero esta vez retrotraído hasta su temprana infancia. La acción de este relato involucra a un niño y su padre médico, implicado en un parto muy doloroso de una joven india y del trágico suicidio del padre de la criatura. Nick  ante el hecho, pregunta a su padre sobre si es duro morir. La respuesta del padre es muy clara en Inglés: “it is pretty easy”, demasiado fácil diríamos en español, para acotarle enseguida con otra frase enigmática: “but it all depends”(pero todo depende…), un hecho que involucra a mi ver la tan temprana realidad de la muerte violenta por su propia mano del indio del relato, y  que sin dudas es un presagio abierto ante la realidad vital del propio Hemingway y de su propio padre, no ya en la ficción sino en la realidad de sus propias muertes por suicidio.

Con igual signo hay otro relato delicioso “Un día de Espera” en que el tema , esta vez trabajado desde la perspectiva infantil. Con un argumento sencillo y directo , el autor nos cuenta la que fuera la experiencia de uno de sus hijos, cuando una mañana despierta con una temperatura que medida en grados farenheits , sobrepasa los cien grados. Sin entender las equivalencias entre una y otra escala, el pequeño espera estoicamente su muerte durante todo el día creído que lo suyo es totalmente fatal. Otra vez, Hemingway retrata con mano maestra el efecto inquietante de la angustia en el pequeño personaje de sólo nueve años. El desenlace, que sobreviene al final del día, es como el necesario respiro que el infante precisa para liberarse de tanto sinsentido, al lograr entender que su temperatura era de apenas treinta y ocho grados.

El contraste de esta narración con  la anterior citada (Campamento Indio) radica precisamente en el hecho de que ambos personajes sean apenas niños, pero en el caso de aquella, inyectada desde todos los ángulos narrativos con la brutal preeminencia de la muerte violenta y por propia mano, sigue pasando cuenta en la noción fatal que aquel pequeño pudiera barruntar de un hecho tan alejado de la dimensión lógica de una mente infantil. Para el caso de “Un día de espera”, el personaje todavía puede sentirse  a salvo y respirar aliviado, porque todo no ha sido más que un simple  y trivial equívoco, sin mayores consecuencias; sin embargo para el pequeño Nick Adams como para el autor que lo recrea desde su propio recuerdo vital, las cosas empiezan a lucir con una perspectiva de fatalidad interpuesta entre él mismo y su ulterior destino personal. 

Con más o menos asiduidad, la idea va y viene a lo largo de toda la obra hemingwuayana. Nuevamente hallamos coordenadas de igual signo en otro relato corto: “Una historia natural de los muertos”[33], con cuya alusión estamos cerrando este aparte. En ella, un impertérrito observador, se ubica frente a la realidad terriblemente abismante que toma por centro el dolor y la extinción de la vida ajena.

A nuestro juicio, de lo que se trata es de exorcizar a un viejo demonio que acompañará a Hemingway el hombre-narrador siempre. El estilo sórdido de por sí, dotado de un naturalismo a raja-tabla, precurso inevitabelmente de lo que harán otros narradores como Carver y Bukoswki, dentro del conocido movimeinto del dirty realism, se ubica en el ambiente de la guerra del 14, aludiendo a un hecho luctuoso acaecido en Milán cuando un depósito de armamentos estalló en medio de la ciudad arrancando la vida de cientos de indefensos ciudadanos.

Hemingway se apunta entonces al estilo naturalista para hacernos partícipe de la terrible desgracia y así lo reconoce al apuntar: “un naturalista para obtener precisión, se debe confinar, en sus observaciones a un período limitado…”[34]. Y no le faltaba razón, si su objetivo, como enfatizaría más adelante era sólo lo vivido en su experiencia italiana, pero del naturalista empedernido, no quedaría empero mucho para la posteridad de su obra, aunque, el estilo aguzado y breve como de golpes de puños que le enseñaron en el Kansas Star, haría de él un consagrado narrador del realismo más sensacional.

La muerte, a pesar de todo, lo seguiría rondando, aunque el tema no aparecería  más tan bien dibujado en lo posterior, sin que por ello, dejara de ser su gran tema, el que sin dudas, quedó inconcluso con el último disparo que le arrancó la vida.



[1] Sobre el tema consúltese sus propias apreciaciones al respecto en su famosa entrevista con George Plimpton (1958), que aparece recogida como apéndice en la edición cubana de sus cuentos con el título de “Las Nieves del Kilimanjaro” consultado en la edición Edit. Arte y Literatura. La Habana, 1975.

[2] Respecto a  sus cercanías a la fe católica, consúltese mi anterior trabajo: “Ernest Hemingway. ¿Un católico mudo? mencionado por la revista Palabra Nueva  en su concurso literario en el año 2003,  incluido en mi libro El Vino Mejor. Ensayos sobre Ernest Hemingway. Amazon, 2017.

[3] No nos parece justo que la especulación literaria supliera el juicio rector del lector avisado sobre la obra de Ernest Hemingway. Sería muy oportuno que los interesados en el tema hicieran justa apropiación del término griego theoría de donde deriva el verbo latino speculare y que significa con toda justicia: “mirar desde lo alto”

[4] Blazquez, Feliciano. Diccionario de las Ciencias Humanas. Navarra. Editorial Verbo Divino. 1997. p. 146 y stes.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd

[8] Ibíd

[9] Ibíd

[10] Sobre el término y sus alcances léase el articulo dedicado a la entrada Espiritualidad en la Gran Enciclopedia Rialp. Tomo IX, p. 206

[11] Ibíd

[12] Una anécdota de su adolescencia, en la que sin querer mata a un ave en veda en los bosques de Michigan, se mantendrá como obvia transgresión moral, de la que sólo le podrá salvar la literatura, cuando el hecho se convierta en un sketch, en algunos de sus cuentos menos conocidos

[13] Baker, Charles. “Ernest Hemingway. A Life Story. p.17

[14] Para más detalles remito al lector a aquellas narraciones en que un Hemingway maduro recapacita sobre el verdadero sentido de ciertos valores trascendentales. Pienso en dos en particular: El buen león y El toro fiel. Aunque si se trata de especular un poco sobre un código de ética moralmente bueno, es conveniente revisar su cuento  I guess everything reminds you of something. Al respecto, consúltese mi anterior trabajo Dos cuentos cubanos de Ernest Hemingway

[15] Shakespeare, William,  Segunda Parte de Henry IV, en “La Breve Vida Feliz de Francis Macomber”. “Las Nieves del Kilimanjaro”. Edit. Arte y Literatura. La Habana, 1975.

[16] Baker, Charles. Ibíd. p.

[17] La terminología citada la usa Renato Prado Oropeza en su artículo El Narrador y el Narratario incluído en el libro La Narratología hoy. Editorial Arte y Literatura. La Habana. 1989

[18] El Kilimanjaro es una montaña nevada de 19710 pies de altura; dicen que es la montaña más alta de Africa. Al pico occidental  lo llaman Ngaje Ngai, la Casa de Dios. Cerca del pico occidental se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo. Nadie ha podio explicarse qué buscaba el leopardop a esa altura” “Las Nieves del Kilimanjaro”. Ibid. p. 23.

[19] Todas las citas referentes a este relato y las que se continuén refieren a la edición de The Complete Short Stories of Ernest Hemingway. The  Finca Vigía Edition.New York. 1987.Las traducciones de los fragmentos citados son de nuetra autoría.

[20] Ibid. p.41

[21] Ibíd. p. 53

[22] En un anterior trabajo  titulado El Viejo y el Pincel, aludimos a la relación que se da entre el stilo de narración hemingwayano y la pintura del mestro francés Cezane, de quien el dijo haber aprendido en su andadura parisina, todo lo referente a su oficio de narrador. Ver. Revista Antena. Instituto del Libro. Camagüey Tercera Época No. 6-7. Sept 2001/Abril 2002.

[23] Traducido al español como “Mientras los demás duermen”,  no deja de tener ciertas alusiones muy claras a la noveleta de William Faulkner “Mientras agonizo”

[24] Leslie Fiedler. Love and Death in the American Literature.

[25] La autora analiza en este aparte algunos momentos cumbres de la narrativa hemingwayana, donde la corriente del río aparece como un elemento purificador. Cita el caso de la Burguete, mencionado en Fiesta, donde los personajes de Jake y Bill se sumergen. Tal experiencia de ablución purificadora, remite de inmediato, a los ríos de la temprana infancia del narrador en los alrededores del lago Michigan, y que por clara analogía en el tiempo literario, según sigue citando la autora, tiene su fuente mítica en el Mississippi de otros personajes precursores de la narrativa de Hemingway: Tom Sawyer y Huck Finn hijos ilustres de es gran proto-narrador que fuera Samuel Clemens, mejor conocido por Mark Twain.

[26] Tales momentos incluyen las historias: “Now I Lay Me” (ya mencionada), “Big Two Hearted River Part I”,  la novela “The Sun Also Rises” (Fiesta) y la noveleta “The Old Man and the Sea”

[27] Leslie Fiedler. Ibíd. p.357

[28] En tal período de su vida Hemingway confesaba que se hallaba muy afectado, incluso en lo tocante en su moral luego de todo lo sufrido en el frente italiano. Tal es la razón de este viaje en solitario  del personaje Nick Adams, argumento de la historia ya citada, a la Península Superior del Michigan, que llevara a cabo a finales del año1919, y con el que buscaba recuperarse de todos sus males

[29] Cristo, Jesucristo!, citados con la particular dicción del  narrador.

[30] El subrayado es mío.

[31] Leslie Fiedler. Ibid. p.357

[32] José Gabriel Rodríguez Pazos. “La vida como lucha, la escritura como pasión” en ACEPRENSA. 28 de abril de 1999 (Servicio 061/99). El autor  reitera su idea recordándonos la dimensión muy particular del catolicismo hemingwayano con notorias alusiones al tema en la novela Fiesta cuando el personaje protagónico se arrodilla y reza en la Catedral de Pamplona, y al hecho de que la Medalla de su Premio Nobel lo dedicara a la Virgen de la Caridad del Cobre

[33] A natural history of the dead.The Complete Short Stories of Ernest Hemingway.ibid. p.337

[34] Ibíd.

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