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Un lugar limpio… y una omisión imperdonable ( o un cuento de Ernest Hemingway según Luis de Caralt, editor)

Un lugar limpio y bien iluminado, es la traducción literal  correspondiente a A clean, well-lighted place, el cuento corto que Ernest Hemingway incluyera en su colección de relatos The Winner Take Nothing, de 1933, que según se nos dice ha sido traducido por J. Gómez Castillo para Luis de Caralt en su personal versión de Los Asesinos,  relato que se ha incluido en por lo menos cuatro ediciones correspondientes a: 1956, 1960, 1976 y 1991, respectivamente. En todas ellas, además, hay un hecho que parece caracterizarlas, des caracterizando por desgracia la historia original. Se trata de una omisión de por lo menos  treinta y tres líneas de texto del cuento original que no aparecen por ninguna parte en las ediciones ya mencionadas, y lo que es peor, que dejan la historia trunca, por ser las que dan conclusión al ya  mentado relato.[2]

Portada. ¨A clean well lighted place¨.Creative Education. 1997

Para el lector no avisado, quizá la forma del “cierre” de la historia pueda remitirlos a la novedad del estilo del autor, dándoles la posibilidad de especular el por qué la historia traducida no parece tener un final coherente, luego que su decursar resulta brillante, no ya en lo estilístico, sino además en lo conceptual, en la esplendidez de las caracterizaciones- tres personajes a los que no les sobra ni le falta nada -, y un setting narrativo que hace honor de la mejor memoria española del autor, con el ambiente nocturno de fondo de cualquier ciudad de la España que Hemingway amó desde siempre.

El relato, para quienes no lo conozcan, goza de una cualidad que lo hace trascendente- como a casi toda otra producción de la cuentística  heminguayana - y es que a partir de una historia que no rebasa las cinco carillas, se nos da, a línea seguida de un diálogo casi continuo, donde el narrador se limita a fijar los límites de la narración, una riqueza de tonalidades psicológicas increíble.

Dos personajes conversan entre sí, en la madrugada de un bar donde un único y casi ebrio cliente bebe impenitente, un cliente fijo y sordo de quien se dice que por su avanzada edad, no debiera ni beber ni trasnochar tanto.

A partir de su presencia en el bar, y de la conversación que suscita entre los dos cantineros que lo atienden, uno joven y otro viejo, se origina toda la narración que perfila entonces las perspectivas existenciales de estos tres hombres y se extiende y particulariza a la del barman más viejo después que las luces del bar se apagan y éste retoma su solitario camino hacia la noche y  su casa.

Precisamente lo que se omite de esta pieza maestra, es el soliloquio final de este personaje, que es el culmen de toda la narración. De allí el daño manifiesto para el que lee la pieza en español  y que no tiene la posibilidad de degustarla en el original. Para quienes sí tenemos esa oportunidad, la decepción es manifiesta. La omisión del final le arrebata al lector (quienquiera que éste sea ) la posibilidad de seguir hasta su culminación, el pensamiento discursivo del autor, para quien ese pedazo de texto que no se incluye en las ediciones españolas de Caralt, debió resultar trascendente.

Definitivamente es muy esclarecedor lo que el propio Hemingway pensaba respecto a las omisiones - desde el punto de vista del autor, por supuesto -. Y lo citamos a partir de sus propias palabras en París era una fiesta, cuando refiriéndose a uno de sus primeros cuentos, específicamente al intitulado Out of Season, nos aclara cómo él mismo decidió la omisión del final de aquel relato, confiado en su propia teoría  que le hacía pensar que: “ usted podría omitir cualquier cosa siempre que supiera que usted lo hizo, y que la parte omitida pudiera fortalecer el argumento y hacer sentir a la gente algo más de lo que ellos entendieron”[3]

Como es fácil imaginar este no es el caso que nos ocupa pues el propio autor no se responsabiliza con lo que falta de una narración, sin dudas, un acto desproporcionado de injerencia externa que compromete inevitablemente, los presupuestos del creador.

Por razones de espacio no corresponde entonces a este trabajo el re-abordaje en función de una u otra exégesis, de una temática tan controversial como lo es el de la censura literaria, y mucho menos de las razones para que Un lugar limpio y bien iluminado,  en esta especificada edición, haya sido víctima propiciatoria de ser incluida en uno u otro Index. 

Sin embargo, resultará esclarecedor perfilar, aunque mínimamente, las no pocas aristas de lo que en el texto que nos ocupa, se constituye en un acto de censura literaria, enmarcando tal hecho en la historia específica de tal proceder en España . Lo haremos como a vuelo de pájaro, y nos servirán de puntos de referencias las opiniones de más de un autor  sobre la temática. Reitero que dado lo subjetivo y polarizado del tema, tales acercamientos sólo servirán como puntos referenciales al tema que inicialmente nos ocupa, y del que nos alejamos mínimamente para retomarlo, luego de ubicarlo en  tan imprescindible contexto.

Adentrándonos ya en la materia, conocemos de primera mano cómo el investigador norteamericano Douglas Edward La Prade , ha estudiado con mucha atención, los intríngulis respecto a omisiones tan poco felices en su libro La Censura de Hemingway en España[4], que se ocupa de ése y otros textos censurados[5]. Una obra que debe ser  revisada con mucha atención, pues la acuciosidad del investigador La Prade , unido además a su cercanía in situ con materiales todos muy reveladores, hacen de su libro una obra de imprescindible consulta a la hora de abordar el tema de la censura literaria a la obra de Ernest Hemingway en España.

 

En el caso de Un lugar limpio y bien iluminado, el autor recoge como evidencia las marcas de la censura literaria , las mismas que aconsejan al editor la omisión de un fragmento del final ya mencionado y del que luego tendremos una visión más clara, aunque es el propio Caralt quien decide su supresión completa, entendible desde el punto de vista de la coherencia.

La Prade reconocerá sin embargo, que a pesar de que las versiones de Caralt “muestran  evidencias de censura editorial”, la decisión de publicar otras obras de Hemingway como Adiós a las Armas y los propios cuentos constituyó un cierto desafío a los censores, por el hecho de que la publicación de traducciones de obras extranjeras  enseguida levantaban la sospecha de aquellos.

La propia opinión de estos era siempre contraria a las perspectivas morales de cualquier escritor foráneo aludiendo al “monopolio” español en lo relativo a la moralidad y buenas costumbres de la Madre Patria. Un dato que creo vale la pena tener muy en cuenta a la hora de entender es cómo en la mayoría de los textos censurados lo que se está atacando son comentarios de tipo sexual, o el uso de las “blasfemias” por parte de los personajes, pero casi nunca hay críticas a lo que pueda ser “políticamente” incorrecto.

Otro autor, esta vez  un español, Juan Goytisolo, en su libro de ensayos El Furgón de Cola [6],analizará también el tema. En el ensayo homónimo de esta colección, alusión por demás a  Antonio Machado para quien España seguía fiel en su puesto al final del tren de toda historia y con especial énfasis en  “Escribir en España” y  “Los escritores españoles frente al toro de la censura”, podremos deslindar también aspectos muy singulares- y yo añadiría además muy puntuales- de lo que ha sido en aquel país ibérico la “institución” de la censura. Con más o menos detalles el autor recreará desde su visión de los años sesenta, las inconveniencias sufridas a manos de los censores en uno y otro período de la historia de España.

Un mínimo vistazo, y desde otro ángulo, a la historia de la  libertad de prensa en España nos avisa enseguida que desde comienzos del siglo XVI, las prohibiciones que instituyeron los Reyes Católicos y el Consejo de Castilla referentes a la censura a la que toda obra literaria tendría que someterse, no siempre tuvieron mayores influencias sobre ellas,  sobre todo durante el período de la Ilustración española, que gozó de total libertad de imprenta, y que sólo se atenuó con limitaciones a partir de la Revolución Francesa. Fenómeno que se dio con alternancias en el tiempo pues ya en 1810 al instaurarse las Cortes de Cádiz, todos los cuerpos y personas particulares tenían la libertad de escribir, imprimir,   y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la fabricación [7].

Es muy cierto, de cualquier manera, que la censura con su doble dimensión preventiva y represiva se adjudicó un triste papel no sólo en la historia española, sino que alcanzó como fórmula a todas las sociedades pre-modernas. Tales implicaciones citadas por Demetrio Velazco, catedrático de Pensamiento político de la Universidad de Deusto en Bilbao,  en un ensayo aparecido en la revista Razón y Fe, alcanzan también a la Iglesia católica.[8] Otras especificidades en lo que a censura literaria refiere, pasan inevitablemente por períodos de luces y sombras a lo largo de los siglos XIX y XX,  pero tales detalles, más apropiados para historiadores y juristas, escapan por simple inspección, a las pretensiones de este  trabajo.

El detalle es que en el caso que nos ocupa no se trata de un autor español, aunque definitivamente lo fuera de alma, y que la obra censurada, aunque referente en su contenido a España, no se hubiera escrito allí. De cualquier modo Un lugar limpio y bien iluminado hizo el mismo camino hacia el ruedo y sufrió el embate inevitable del toro. Embestida que le mutiló, en una acto de sinrazón, lo mejor de sus esencias, y lo peor, privó al lector de los acentos y  encantos mejores. A esa intrusión innecesaria es a la que creo oponerme, sin entrar entonces, y por esta única  vez, en deslindes historiográficos,(incluyendo por allí también lo que Américo de Castro [9] considera: “la conciencia tricéfala –cristiana, mora y judía- de los españoles”, una aproximación por demás imprescindible a la hora de la compresión cabal de un fenómeno de  aristas e implicaciones subjetivas tan variadas, como tantos los puntos de vista que la interpreten.

Bástenos entonces, una mirada al texto censurado, lo menos desapasionada posible, en pos de entender, el nefasto influjo de una decisión humana(porque de eso se trata y de nada más) a la hora de determinar, en materia literaria, lo que puede o no puede ser publicado. Un hecho al que estamos opuestos, como especialistas, pero esencialmente como lectores exigentes.

Partimos del hecho de que toda obra original, en cualquiera que sea la lengua de partida del autor, es en esencia, una creación  siempre a respetar, con la que podremos estar o no de acuerdo, con la que podremos  o no vibrar, pero a la que definitivamente debemos reverenciar, por ser el fruto íntegro de unos valores, de unos puntos de vista, y de una convicciones, que más allá de toda literatura, señalan el limes de todo creador.

Tratándose de un consumado escritor, a quien no ya la fama de un Nobel, sino la pericia y el oficio de narrador llevan a la cúspide de la literatura siempre universal, no podemos  entonces aceptar que al sufrir cualquiera de sus textos la siempre compleja tarea de la traducción,- injerencia, o mal necesario, como menos duela -, y luego el de someter ese producto a los criterios siempre subjetivos de la censura, se pueda verificar un hecho tan lamentable donde además de la  fragmentación- desde un ángulo de subjetividad manifiesta -, la obra sufra el embate de quienes crean poder  erigirse  en jueces de lo humano y lo divino, privando al lector, de los presupuestos finales de una obra específica, que como ya lo ha dicho el Maestro Borges, nunca es la misma, sin que la simbiosis autor-lector se cumpla a cabalidad.

En mi modesto acercamiento a este texto, además de lo ya señalado,  me atrevo a considerar otros sesgos que saltan a la vista cuando nos acercamos a la obra en su totalidad, como nunca se publica en las subsiguientes ediciones de este editor y que deja trunca la historia. Partamos del hecho estilístico, pues lo que viene faltando de la historia traducida para Luis de Caralt, es primordialmente un soliloquio en el que el personaje del camarero de más edad (respetamos la traducción antes citada), se ve envuelto una vez que abandona el café donde trabaja. Pero es que tal “fluir de la conciencia”, en estilo muy joyceano, es el punto preciso donde descubrir las motivaciones psicológicas de este anciano para quien la noche es refugio, y el insomnio, un estadio habitual para su atormentado espíritu.

Su muy breve conversación consigo mismo deflactara la luz que el busca con ansia, para que se proyecte sobre unas ideas que pudieran sonar blasfemas cuando , a partir de la palabra nada, que aparecerá reiterada en español en el texto, haga su propia parodia de la oración cristiana por antonomasia: el Padre Nuestro y acto seguido lo principie con el Ave María, precisamente es este fragmento el que se censura, no hay por ejemplo ninguna objeción a otras referencias de índole moral, como por ejemplo el intento de suicidio del bebedor al que hacen alusión antes los dos camareros en su conversación.

Tomado como un elemento coyuntural, podríamos pensar que tal intento pudiera haber herido “sensibilidades” en la  España, católica,  donde por añadidura ocurre la acción, y que el gesto existencial de este personaje  , quien cree ver en todo vacío una salvación posible, fuera además un motivo suficiente para toda futura exclusión del texto matriz.

Por otro lado, más que una agresión por blasfemia a la fe, mayoritariamente católica en España, se trataría en última instancia, de una ofensa que como se entiende hoy día, tiene sus entendibles atenuaciones al no ser expresión  contraria al sentimiento religioso de los creyentes (que a los efectos de la blasfemia alcanza en buena lid no sólo a los cristianos) sin llegar a ser un ataque contra la misma certeza medular de la creencia como tal[i][10]

Y aunque los signos de corte católico que son  las oraciones del Padre Nuestro y del Ave María, sean una expresión de piedad por parte de quien los rece, para el personaje que los trastoca, y acaso los reacomoda a sus muy particulares  convicciones religiosas, pero sin evidente mala fe[11], el manejo de unos textos sacros para reafirmar sus temores más aciagos, sus dudas metafísicas,- mas viscerales que trascendentes-, nos reafirman entonces aquel conocido adagio de Chesterton, el converso, de que nadie blasfema de lo que no conoce. Con lo que el acto supuestamente “blasfematorio” nos habla más de una dimensión de reafirmación de lo negado, que de su supuesta impugnación formal. Parto del hecho tan gramatical de que toda negación doble, es en esencia una afirmación, hecho que sobre todo en  Inglés, reviste particularidades muy específicas, pues resulta gramaticalmente incorrecto el uso de la doble negación en este idioma.

Ahora bien, adentrándonos ya en el campo de  la Teología Moral, no creo que tampoco haya “blasfemia”, entendida en sentido estrictamente teológico como: una expresión contumeliosa contra Dios.[12] Para llegar a tal acto tendrían que concurrir en su materialización  la perfecta advertencia por parte del entendimiento y el perfecto consentimiento por parte de la voluntad. Realidades que desde el punto de vista más ortodoxo, tendrían que coexistir en el tiempo y el espacio del supuesto acto.

Más bien, en el personaje hemingwayano, queda muy claro un sentimiento muy profundo de desamparo, de falta de confianza, de pesadez por los avatares de su ya avanzada edad, en suma de sufrimientos, antes que una arraigada intención blasfema. De cualquier manera, quedarían como otros criterios para juzgarla,  partiendo de que sea dudosa o ambigua:  el sentido natural de las palabras, la intención del que habla u obra, el modo de proferirlas y  la común estimación de la gente del lugar donde ésta se profiera.[13]

El personaje hemingwayano cuyas palabras son consideradas irreverentes, manifiesta, a mi ver, una postura que marcada por el lado más humano, hace muy patentes los propios presupuestos del  autor, un fenómeno muy interesante de cercanía psicológica muy intensa, a la hora de la caracterización de este anciano por parte de Hemingway. Un dato siempre interesante es aquel  que nos remitiría a la presencia en su obra posterior de otros personajes con tales características, no precisamente en la cuentística solamente. Recurro pues a este detalle que se balancea entre los campos de la narratología y la psicología, para poner énfasis en la dimensión humana que  es la que prefiere el autor y que resulta medularmente decisiva a la hora de las posibles lecturas “blasfematorias” que inhabiliten la obra para el consumo de un público a quien pudiera ofender  en sus sentimientos de fe, el sufrimiento moral y psíquico de un anciano.

Para el autor  pasan completamente inadvertidas las posibles implicaciones respecto a las supuestas “consecuencias morales”, a la hora de poner en boca de su personaje un texto que pudiera parecer sacrílego.

Y aquí reitero entonces todo el análisis precedente, para exonerarlo  también de la posible contumelia [14] que de ninguna manera comete. Antes bien,  el que aflore aquí y de parte de este personaje, tan singular discurso, me sirve para seguir insistiendo que tampoco para  Hemingway eran ajenos  aquellos rezos, y que  los conocía bien, sabiéndose de su conversión la fe católica, y  muy a pesar de su definición personalísima de  “católico mudo”[15],  solía ir a misa en Key West, y hasta en La Habana, en sus minutos de sus primeras experiencias piscatoria en la corriente, mientras, por entonces su segunda esposa Pauline, católica, apostólica y romana de cuna, se quedaba en casa.

Otro detalle- estilístico esta vez- es el uso de palabras en español dentro de una historia narrada en Inglés. Podría aducir una cierta pincelada localista, que ayudará a reafirmar el setting o escenario donde la acción toma lugar. Algo así, como lo que sucede en otro cuento suyo: El Vino de Wyoming [16], también como éste de su libro The Winner take nothing, donde unos personajes franceses afincados en EE. UU, hacen uso del francés dentro del relato.

Pero el hecho de que el énfasis mayor en el uso de palabras en la lengua de Cervantes, tengan lugar precisamente en esta parte del  cuento, y que la palabra nada, en inglés inicialmente, sustituya en el texto a sustantivos, pero, también increíblemente, a algunos verbos, confiere a la intención del autor, un peso que de ninguna manera puede resultar soslayable a los efectos de cualquier comprensión ulterior. Conocido es del disfrute con que Hemingway saboreaba algunas frases en español, principalmente aquellas que por su carácter “fuerte” no serían apropiadas incluir aquí, pero aunque definitivamente, algunas de ellas pudieran seguir sonando imprecatorias y “blasfemas”, acabarían siendo siempre  definitivamente ajenas a tal propósito. Las decía más en atención a la resonancia que tenían, antes que a su cabal significado.[17]

Hemingway quiere dar preferencia  en este corto, pero sustancioso fragmento, a toda la intención de fondo que subyace a lo largo del argumento de esta narración. Los personajes que la habitan pertenecen por derecho propio a esa atmósfera, un ambiente preferido del autor, porque en sus muchas noches “españolas” no dejó de procurarse lugares siempre limpios y bien iluminados si se trataba del convite de beber. Ellos no escapan a esa magia, principalmente los dos personajes ya ancianos, el parroquiano, y el camarero. Pero eso sería material para una posterior cercanía.

Ojalá que la próxima edición de Un lugar limpio y bien iluminado, de manos, no ya de la editorial Caralt, que no existe hoy día, pero si quizá de los que todavía detentan sus derechos, sea un acto de justicia para ese grande narrador que fue Hemingway.

Ojalá que con tal gesto  sea realidad lo que parece cumplirse en toda justicia en todos  sus textos literarios, que son patrimonio de una posteridad que confirman su validez de obras literarias trascendentes. Y que  sirva además como desagravio necesario al  autor censurado, y a los lectores conculcados en su genuino derecho de conocer con todas sus letras una pieza maestra de la cuentística universal.

  


[1] En El Vino Mejor. Ensayos sobre Ernest Hemingway. Carlos A. Peón Casas. CSP.Inc. (Amazon), 2017. p. 29

[2] No sucede así con otras ediciones. Consúltese la muy cuidada edición de este cuento de manos de  Felipe Cunill para la edición cubana de Las Nieves del Kilimanjaro, p.370 y stes, donde se recoge también este relato.

[3] Ernest Hemingway, A Moveable Feast, Macmillan Publishing Co. New York, 1987: p 75

[4]  Edward Douglas La Prade, La Censura de Hemingway en España, Salamanca, 1991.El autor norteamericano y su acuciosa investigación, imprescindible a la hora de remontar al Hemingway censurado de las ediciones españolas, aunque analiza  pormenorizadamente, los arbitrarios manejos de la censura española durante el periodo franquista, quizás crea ver en el excesivo y nada feliz juicio del censor,- sería el caso específico de esta historia y de otro grupo hasta llegar a seis también injustificadamente atacadas- al arbitrio y la influencia netamente eclesial, arguyendo que ha sido esa censura, la eclesiástica, la que más peso ha tenido, sobrepasando incluso la que el poder público pudiera haber ejercido antes, durante, y después del Caudillo. Sin ánimos de contradicción, nos parece justo acotar que la emisión de cualquier juicio moral por parte de la Iglesia, en la persona de algún censor eclesiástico ( y este no es el caso, pues se trata de la censura oficial, no eclesial, a pesar de que como bien apunta el autor, los censores basaran sus juicios más en criterios religiosos que políticos), sería tal y como hoy día se verifica, siempre en calidad de sugerencia o advertencia sobre la conveniencia o no de una u otra lectura. “A partir del Vaticano II se abolió la pena canónica contra los que leyeran los libros del Index sin autorización”  nos recuerda en un artículo aparecido en la revista Palabra Nueva(Agosto-Septiembre 1999) el profesor Héctor Zagal Arreguin, profesor de filosofía de la Universidad Panamericana de México, y a renglón seguido señala: “al ser el ámbito de la Iglesia espiritual y religioso: lo que no está ligado a la fe, moral y costumbres no es de su incumbencia directa. Por tanto, los listados de textos prohibidos son algo sujeto a revisión. No olvidemos que Santo Tomás fue prohibido durante un tiempo por el obispo de París, y que la condena inquisitorial contra Galileo ha sido revocada por Juan Pablo II . Ni siquiera la Iglesia Católica, a la que los ilustrados consideran como la prohibidora por excelencia, elabora listados definitivos de libros prohibidos”. Citamos además lo que al respecto  ha dicho el Papa Pablo VI en su Instrucción pastoral Communio et Progressio cuando aclara que respecto a la censura las autoridades deben ejercerla “de manera más positiva que negativa: su acción no ha de ser exclusivamente prohibitiva o represiva, aunque su intervención, a veces, sea necesaria para corregir o enmendar. El Concilio Vaticano II enseña que la libertad humana, mientras sea posible, ha de ser fomentada y protegida…la censura, por tanto, se reducirá a los casos extremos” (n.86) (Citado por Demetrio Velazco en su artículo “La opinión pública en la Iglesia”.)

[5] La edición original de “Los Asesinos” recoge 17 relatos de los que 6 sufrieron la intrusión parcial de la censura: “Che ti dice la patria”, “Los Asesinos”, “Cincuenta de a mil”, “La Madre de un as”, “Algo que tú nunca serás” y “Un lugar limpio y bien iluminado” La propuesta original de Caralt era de 29 relatos, pero 12 fueron censurados totalmente.

[6] Juan Goytisolo, El Furgón de Cola, Edit Ruedo Ibérico, España, 1967

[7] Enciclopedia Rialp, Tomo V, p.495.

[8] Demetrio Velazco:“La opinión pública en la Iglesia” en Razón y Fe, Tomo 241.(2000).p.599 y stes. Citamos por su importancia este texto que es conveniente aclarar que aparece en una revista regentada por la Compañía de Jesús. “La Iglesia católica ha estado vinculada, hasta no hace mucho tiempo a una mentalidad reaccionaria que ha justificado la censura, tanto preventiva como represiva. Su contencioso con la cosmovisión moderna y con su ideario de derechos y libertades nos es suficientemente conocido(…)Todavía hoy, la censura represiva sigue siendo un instrumento que la Iglesia utiliza para impedir el uso adulto de la razón y de la libertad de opinión y expresión dentro de la Iglesia.”  En contraste, y en el mismo artículo, el autor cita al Papa Pío XII quien al respecto del tema de la opinión pública enfatiza en una alocución a los periodistas católicos en 1950: “Querríamos nos todavía añadir una palabra referente a la opinión pública en el seno mismo de la Iglesia (naturalmente en las materias dejadas a la libre discusión). Se extrañarán tan sólo quienes no conocen a la Iglesia o la conocen mal. Porque ella, después de todo es un cuerpo vivo, y le faltaría algo de su vida, si la opinión pública le faltase; falta cuya censura recaería sobre los pastores y sobre los fieles” . Otro punto de vista es el del profesor  Zagal, anteriormente citado, quien enfatiza que: “Los censores me aterran, A lo largo del tiempo la censura no sólo se ha mostrado cruel e injusta, sino también ineficaz…Ningún hombre, ninguna institución humana puede consagrarse como intérprete único, absoluto y exclusivo de toda la verdad. Ni siquiera para nosotros los católicos, el Magisterio es el poseedor absoluto de la verdad. El Magisterio se pronuncia sobre muy pocos asuntos y pocas veces lo hace invocando su infalibilidad

[9] Juan Goytisolo, El Furgón de cola. Citado por el autor en “Examen de conciencia” p.183

[10] “La blasfemia en su acepción tradicional indica el dicho o el  término injurioso o irreverente- generalmente trivial-referido a Dios o a las personas o realidades sagradas…La reflexión actual se muestra más sensible a la ofensa hecha contra el sentimiento religioso de los creyentes que a la ofensa hecha a la divinidad…” Diccionario Teológico Enciclopédico, p.116

[11] “Se sabe además que en muchos casos el que blasfema, a pesar de demostrar su falta de madurez y de cultura, no está movido por la intención deliberada y primaria de ultrajar al propio Dios o la propia religión…” ibid

[12] Enciclopedia Rialp. Edit Rialp. Madrid, 1991. P 323

[13] Ibidem.

[14] El Diccionario de la Real Academia de la Lengua en su edición de 1992 define este término como: oprobio, injuria u ofensa dicha a una persona en su cara. Sacar a alguien la contumelia  es locución que en Chile y Perú alude a golpear a alguien con rudeza.

[15] Consúltese  mi ensayo Ernest Hemingway: un católico mudo en El Vino Mejor. Ensayos sobre Ernest Hemingway. Óp. Cit  p.70

[16] Véase también “El Vino Mejor”  donde refiero a este cuento en particular, y abordo el uso de otro idioma, en este caso el francés. Ibíd. p.5

 [17] Véase lo que al respecto nos cuenta Norberto Fuentes en Hemingway en Cuba. Letras Cubanas, La Habana, 1984. p.131



 

 

 

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