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En nuestro tiempo: una traducción de un Hemingway que siempre se agradece.

El suceso es de reciente data. Acaeció en el casi reciente 2018 , y se trata de la primera versión al castellano de la iniciática colección de  In Our Time ,   los cuentos hemingwayanos que vieron la luz en 1925  [1]  .   Hasta aquí, los que nos hemos asomado a su lectura, remontando los vericuetos del inglés original, por razones del oficio literario o por el simple placer que la lectura inteligente siempre comunica; hemos sido unos verdaderosm  suertudos , para decirlo como se dice en la Argentina, donde la obra ha sido felizmente impresa. Desde ese minuto la barrera idiomática ha sido vencida, y aquellos emblemáticos relatos quedan expuestos bienhechoramente para el disfrute de los lectores hispanohablantes. La edición tiene además un plus sustantivo. Está prologada por   Ricardo Piglia [2] , una voz más que suficiente a la hora de remontar la mejor exegesis del Hemingway que hizo época y estilo en la narrativa mundial. Piglia, esta vez prologuista desde la tremenda admirac

Hemingway y Sherwood Anderson: el pupilo y su mentor a la luz de nuevas revelaciones psiquiátricas.

Las cercanías e interacciones de esta dupla literaria es bien manejada por todos los conocedores de la biografía hemingwayana.  Por ende nuestra mirada, apunta a otras coordenadas, que se nos motivan en una reciente biografía: Hemingway ¢ s Brain, de la autoría de Andrew Farah , reconocido psiquiatra norteamericano, en un libro ciertamente revelador. Y cuya novedad es, al decir de la crítica mejor informada,  la proximidad más “innovativa y la primera examinación psiquiátrica forense” [1]  practicada al alma hemingwayana en sus profundidades más insondables. Hemingway ¢ s Brain. Andrew Farah. University of South Carolina, 2017 Para el reconocido especialista, la relación que se estableció entre  el Hemingway, aspirante al duro oficio de escritor, todavía en Chicago, y el ya reconocido autor de Winnessburg, Ohio, estuvo signada por una primaria y poco aireada “estrategia literaria”, por parte de Hemingway; más que por la siempre aludida estocada paródica a su maestro en su Torren

Picasso y Hemingway en anécdotas taurinas.

La pasión por los toros los reunía. Picasso los  descubrió en su muy temprana infancia con no más de seis años y de la mano de su padre ; Hemingway, ya un veinteañero, durante la primera corrida de su vida en Sevilla, durante el Corpus Christi de 1923 . Para ambos se convirtió en una pasión que les duró toda la vida y recorrió sus obras respectivas de manera indeleble. Corrida de toros. Pablo Picasso. 1934 Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid  ©Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid John Richardson, biógrafo de Picasso deja evidencia sustancial del asunto al afirmar que: Picasso me confesó una vez que la mayoría de sus dibujos alusivos a los toros, los toreros y las corridas, los había pintado en domingo. La razón, había dicho él, era que aquellas tenían lugar ese día, y cuando el no podía asistir porque estaba en Paris o en otro sitio,  las conceptualizaba de tal modo Con Hemingway el amor por el arte taurino sucedió a primerísima vista. Sus primeras impresiones desde  la inaugu

Cézanne en Hemingway. Sus influencias pictóricas en la concepción del paisaje narrativo hemingwayano

Hemingway, alguna vez, medio en broma o quizás en serio, qui lo sa, llegó a afirmar que de no haber sido el narrador que fue, hubiera querido ser pintor (2).  Y es que su gusto personalísimo por las obras de Miro, Masson o Juan Gris-todos sus contemporáneos-, de los cuales tenía cuadros, o su inmensa cercanía a Picasso y Fernand Leger, es un hecho trascendental que influyó decisivamente en su formación intelectual.  The Bare Trees at Jas de Bouffan. 1885. The National Museum of Western Arts Pero en ningún caso, sin que llegaran a ser una influencia en sus creaciones literarias, y por ende inevitables alusiones a esos pintores modernos y contemporáneos, o a algunos también fuera de tal periodización, como pudo ser el caso del célebre creador renacentista Mantegna(3). Amén de otras preferencias por autores de la talla de un Greco o un Goya, cercanos en su inevitable accionar a escenarios de la España que amó con incondicionalidad. Sin embargo, la proximidad admirativa del Hemingway narra